Miguel Cabrera en Miami, donde empezó su trayectoria única
Todos recuerdan la primera vez que vieron o escucharon algo sobre el venezolano Miguel Cabrera, uno de los mejores bateadores derechos de su generación.
El gerente general auxiliar de los Marlins, Brian Chattin, estaba dando sus primeros pasos dentro de la organización cuando el equipo decidió invertir US$1.8 millón en un joven venezolano de 16 años. Para ese entonces, el mercado internacional no se cubría en los medios de la misma manera que ahora, así que es digno de resaltar el hecho de que la firma de Cabrera haya hecho noticias, más allá de la directiva del club.
Jack McKeon no estaba con los Marlins aún, pero recuerda bien cuando visitó a su amigo Bill Beck en Melbourne, Florida, en una pretemporada. Cabrera, un prospecto de la tercera base, empezó a llamar la atención durante un juego interescuadras. McKeon llamó de inmediato a su hijo, quien era director de scouting de los Rojos, y le dijo que intentaría hacer un cambio por Cabrera. No tuvo éxito.
El lanzador Dontrelle Willis recién había sido cambiado de los Cachorros a los Marlins en la parte final de los entrenamientos del 2002, cuando escuchó a alguien reírse de él cuando estaba lanzando en el Campo 3 del Space Coast Stadium.
“Dije: ‘¿Quién es este muchacho y qué le pasa?’”, recuerda Willis. “Sólo se estaba riendo de mi mecánica, y de la forma en la que mis pitcheos estaban saliendo para todos lados, ese tipo de cosas. Entonces, luego salí y pitché bien de verdad, pero él seguía riéndose del otro lado”.
“Entonces él me dijo: ‘¿Tú eres Willy?’, le respondí que sí y él continuó: ‘Luces bien levantando la pierna y todo eso. Una locura’. A partir de ahí, creamos un vínculo, porque me di cuenta de que no se estaba burlando de mí, sino que nunca había visto algo así. Desde entonces, nos llevamos muy bien”.
En la siguiente primavera, lo hecho por Cabrera en un partido de exhibición entre los Marlins y su equipo de Doble-A les dejó una gran impresión a los recién llegados al club (el puertorriqueño Iván Rodríguez y Juan Pierre), en el sentido de que el venezolano no estaría en las menores por mucho tiempo.
Y así fue. Cabrera llegó a las Mayores el 20 de junio del 2003, luego de batear .365 con 42 extrabases en 69 juegos por Doble-A Carolina Mudcats. El venezolano venía defendiendo la antesala en las menores, pero los Marlins ya tenían al boricua Mike Lowell en esa posición. ¿Quizás podía jugar en los jardines?
“Muchos en la organización no querían subirlo”, recordó McKeon, quien había sustituido a Jeff Torborg como capataz de los Marlins en mayo. “Tuvimos una conversación al respecto. Y dije: ‘No me importa, ya veremos si puede jugar en los jardines’. Finalmente los convencí para que lo ascendieran”.
Para ese entonces, los Marlins estaban en el cuarto lugar de la División Este de la Liga Nacional. Los jugadores no sabían la posición que jugaría Cabrera ni qué se pretendía con su ascenso.
Luego de irse en blanco después de sus primeros cuatro turnos, el venezolano conectó un jonrón de oro de dos carreras en la 11ma entrada en el Pro Player Stadium para sellar a lo grande su debut.
“Podías sentir la energía en el dugout. Era como: ‘Tal vez no esté listo’, algo injusto por cierto”, mencionó Willis. “Era su primer día, enfrentando a los Rays. Recuerdo haberle dicho a Derek Lee: ‘No, mira, va a estar bien’”.
“Y vaya que así fue. Conectó ese misil por el bosque central para definir el triunfo. Y el resto es historia”.
La dupla de novatos de Willis y Cabrera trajo una energía jovial a un clubhouse lleno de veteranos. No le tomó mucho tiempo a Cabrera encajar en la parte gruesa de la alineación para proteger a Rodríguez, el futuro Salón de la Fama, y los Marlins terminaron con marca de 56-32 por el resto de la temporada y aseguraron el Comodín de la Liga Nacional.
“Ellos salieron con esa euforia, Dontrelle con la patadita, conectando con los fans y siempre sonriente”, recordó Pierre. “Miggy lo hacía siempre – y todavía lo hace – solíamos decirle el ‘big baby’. Era un muchacho bien divertido. No se tomaba nada en serio. Eso era bien irónico a tan temprana edad, porque uno pensaría que los jóvenes se presionarían para tratar de permanecer arriba. Pero este par encajó perfectamente en el club. …
“Ejercieron presión sobre el resto de nosotros y luego comenzamos a jugar bien… y luego el resto es historia. Miguel es especial. Generacional. Es algo digno de contarles a tus hijos: ‘Yo jugué junto a Miguel Cabrera’”.
Cuando Lowell se fracturó la mano izquierda en agosto, Cabrera se trasladó de los jardines a la tercera base. Los Marlins posteriormente adquirieron a Jeff Conine para reforzar el outfield.
“Era increíble, pero nunca daba nada por sentado”, declaró Rodríguez. “Para su corta edad en aquel entonces, 20 años, era un bateador bien maduro en el plato, con sus compañeros y con el equipo, y eso lo convierte en un jugador especial. Verlo a través de los años y a través de su carrera y todo lo que ha podido lograr es sorprendente”.
Esa madurez se puso en evidencia en el mayor escenario del béisbol. En el Juego 4 de la Serie Mundial ante los Yankees, el seis veces ganador del Premio Cy Young en la Liga Americana, Roger Clemens, lanzó una recta bien pegada a la cabeza de Cabrera abriendo un duelo en el primer episodio. Veinte años menor que Clemens, Cabrera envió el séptimo pitcheo del turno sobre la valla del jardín derecho para un jonrón de dos carreras.
Los Marlins, que no eran favoritos, terminaron ganando ese duelo por 4-3 en 12 entradas para igualar la Serie Mundial. El club se adjudicó su segundo campeonato tras ganar los siguientes dos partidos en el Clásico de Otoño.
“Ese turno al bate contra Clemens en la Serie Mundial podría ser uno de los turnos más grandes que yo haya visto”, confesó Conine, quien jugó con Cabrera del 2003 al 2005. “Simplemente la situación. Un veterano de 20 años en la Gran Carpa vs. un jovencito de 20 años de edad. Ni siquiera sé si Miggy había nacido cuando Clemens debutó en Grandes Ligas” (Sí había nacido ya, pero apenas tenía 13 meses).
“Estaba el factor intimidación. ‘Voy a tirarle arriba y pegado para mostrarle quién manda aquí’. Miggy lo miró directo a los ojos, le dijo, ‘Eso no me asustó para nada’. Y luego le sacó la pelota del parque. Fue un turno impresionante, una muestra de la clase de bateador que Miggy era: Un jugador sin miedo de nada”.