Michael Jordan y el béisbol: La historia real
El receptor pidió un slider. El lanzador Kevin Rychel lo rechazó.
Rychel todavía se sigue preguntando, todos estos años después, por qué lo hizo. En aquel entonces era raro que el diestro rechazara un lanzamiento del catcher, en medio de una carrera de siete años en ligas menores en la organización de los Piratas. Pero en esta húmeda noche de julio en Birmingham, Alabama en un partido de Doble-A que quedaría para la historia solamente por este momento, la mente de Rychel se nubló, su hombro de lanzar ya mostraba síntomas de lo que se convertiría en un desgarro del labrum y su fe en su recta era, sólo en retrospectiva, excesivamente ambiciosa.
(Nota: _Una versión de este artículo fue publicada en el 2014_)
Y así pasó su bola rápida por el centro en contra del larguirucho jardinero cuyo promedio de bateo apenas merodeaba la línea Mendoza, y el bate de 33 onzas conectó la recta ante la mirada de miles de atentos espectadores. La bola burló la valla del jardín izquierdo, la fanaticada explotó de emoción y Rychel colgó su cabeza.
“¿Qué acabo de hacer?”, se preguntó a sí mismo.
De regreso en el clubhouse de los visitantes, y después de haber sido removido del partido, Rychel enfrentó la misma pregunta del manager de su equipo, Carolina Mudcats. Bob Meacham había sido expulsado del juego, y sólo el rugir de la audiencia en el Hoover Metropolitan Stadium era su única pista de lo que acababa de suceder. Rychel no era un lanzador propenso a ceder cuadrangulares. De hecho, el derecho tenía una tasa de por vida de 0.5 jonrones por cada nueve entradas. Por lo tanto, Meacham nunca habría sospechado que Rychel estaría del lado negativo en este momento tan memorable.
“¿Sucedió?”, preguntó Meacham.
“Sí”, respondió Rychel, “sucedió”.
Michael Jordan había conectado su primer cuadrangular.
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En 1994, Air Jordan decidió jugar béisbol profesional al firmar con la organización de los White Sox y convertirse en un jardinero novato a nivel de Doble-A.
La decisión de Jordan de dejar la NBA en plena cima de su carrera para poder perseguir una efímera carrera como pelotero profesional todavía es una fuente de curiosidad. Con mayor razón ahora que la serie documental producida por ESPN, “The Last Dance”, acerca de los Bulls de Chicago de Jordan captura la atención en un extraño período sin deportes en vivo.
La historia dice que Jordan -- abrumado por el peso de su fama, consumido por su propia brillantez en las duelas de baloncesto y emocionalmente desgastado por la trágica muerte de su adorado padre – persiguió el béisbol como un nuevo reto y una distracción necesaria. Y todos aquellos en el béisbol que trabajaron y jugaron junto a Jordan quedaron impresionados y convencidos con la honestidad de su esfuerzo.
“Respetaba el juego”, aseguró el piloto de los Indios Terry Francona, quien dirigió a Jordan con los Birmingham Barons. “El muchacho me agrada bastante. Lo respeto. Aprecio la manera en que supo llevar las cosas”.
Francona no es el único que opina que Jordan podría haber llegado a las Mayores. Probablemente no como una estrella, eso sí, pero al menos como un jugador reserva, dada su voluntad y ética de trabajo que aportaba para refinar sus talentos natos.
Entonces de 31 años de edad, Jordan entregó todo su corazón y alma a un deporte que fundamentalmente hace trabajar músculos diferentes del cuerpo, un deporte que MJ había abandonado cuando era niño, un deporte en el que su padre se inspiraba tanto durante aquellas contemplativas conversaciones entre padre e hijo. Por todos conocido, a Sports Illustrated le dio por abordar la debacle de Jordan en el béisbol con un reportaje que se titulaba “Bag It, Michael”, algo así como “Déjalo, Michael, recoge tus cosas”, pero la misión de Jordan en esto y en cualquier reto deportivo era conquistar lo conquistable, alcanzar lo inalcanzable.
“SI se equivocó completamente con ese artículo”, aseguró David Falk, el agente de Jordan. “Michael Jordan dejó todo lo que había ganado como el rey del baloncesto para jugar béisbol de ligas menores y convertirse en sujeto de críticas. Arriesgó completamente todo para competir, con nada qué ganar. Esa es la esencia del deporte. Hasta el día de hoy, SI nunca se ha disculpado con Michael, y él nunca hablará con ellos”.
Tal es el instinto competitivo de Su Majestad.
“Si uno le decía que no”, relata Francona, “él iba a encontrar la manera de convertirlo en un sí”.
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Jordan bateó .202 en Birgminham, y ese número significa cosas distintas para personas diferentes.
Para algunos, .202 fue la confirmación de que Jordan no tenía ninguna posibilidad de éxito en el mundo del béisbol, que había desperdiciado un año en el tope de su carrera como jugador de baloncesto para humillarse a él mismo en los sedimentos de las menores.
Para Francona, .202 es motivo de orgulloso, porque él sabe lo difícil que es pegarle a una pelota redonda con un bate y todo lo que mejoró Jordan a medida que avanzaba el verano.
Para Walt Hriniak, el otrora gurú del bateo de los White Sox que trabajó intensamente con Jordan aquella primavera, ese .202 fue de hecho una decepción.
“Yo no esperaba que acabase con la liga”, dice Hriniak, “pero sí que le fuera mejor”.
La aparentemente inusual opinión de Hriniak no suena tan inusual cuando uno escucha cuando se averigua más sobre todo lo que se invirtió para que Jordan estuviera listo para su debut en Doble-A.
Una vez que Jordan había anunciado públicamente su retiro de la NBA y le había dicho en privado a Jerry Reinsdorf, el propietario de Bulls y White Sox, sus intenciones de cambiar de deporte, una de las primeras personas en enterarse del experimento fue Herm Schneider, el experimentado preparador físico de los White Sox. Reinsdorf llamó a Schneider y le dijo que le tenía “un proyecto especial” justo antes del Día de Acción de Gracias de 1993. Poco tiempo después, Schneider estaba indicándole a Jordan que rutinas debía seguir para fortalecer su torso y sus manos.
“Él era un gran atleta en el básquet”, dice Schneider. “Pero en lo que al béisbol se refiere, era un poco como un patito fuera del agua. Amaba el béisbol, pero no tenía necesariamente la idea de qué tipo de cuerpo debes tener. Así que tuvimos que enseñarle”.
Ahí estaba, el mejor jugador de baloncesto de la historia, viéndome y diciéndome. ‘Enséñame’.
Mike Huff, ex jardinero de los White Sox y tutor de Jordan
Otro tutor que fue contratado para trabajar ese invierno con Jordan fue Mike Huff, que de hecho sería uno de los outfielders contra los que Jordan iba a tener que competir por un puesto en el roster en la primavera. A pesar de lo extraña de la situación para Huff, un nativo de Chicago, era Michael Jordan. ¿Quién podía decir que no?
“Para mí, que había crecido en Chicago y lo vi ganar esos primeros tres campeonatos, la situación era surrealista”, dice Huff. “Porque ahí estaba, el mejor jugador de baloncesto de la historia, viéndome y diciéndome. ‘Enséñame’”.
Huff le enseñó cómo tenía que agarrar correctamente una pelota de béisbol, cómo lanzarla, cómo deslizarse, cómo tener sus pies listos cuando estaba defendiendo en los jardines. Jordan era un trabajador hambriento e incansable, tanto que Huff, en ocasiones, se olvida del tipo de celebridad con la que estaba lidiando.
Jordan tenía tanto dinero, tanta fama y tan poca experiencia en el béisbol que podría haber habido suficientes razones para que tipos como Huff – luchadores de las menores tratando de conseguir un poco de estabilidad en las Grandes Ligas -- estuviesen resentidos con Jordan y lo que estaba tratando de hacer. Cuando la decisión de Jordan se hizo pública en febrero de 1994 y se reportó al campo de entrenamiento a mediados de mes, no sólo tenía que demostrar su valor ante los ojos del público, sino también ante sus nuevos compañeros de equipo.
Si todo el mundo fuese como MJ, el juego sería mejor.
Walt Hriniak, ex gurú de bateo de los White Sox
Hriniak se reportó al campamento, lo encontró repleto de reporteros y fanáticos curiosos y se preocupó en qué tipo de show de circo se habían metido los White Sox. Así que esperó a que Jordan terminara su primera ronda en la caja de bateo y se dirigió a los jardines, donde ahora Michael estaba tomando elevados. Hriniak lo miró directamente a los ojos.
“Yo sólo quiero saber una cosa”, le preguntó Hriniak. “¿De verdad vas en serio con esto?”
“Totalmente en serio”, respondió Jordan.
“Está bien”, dijo Hriniak. “Si quieres que te ayude, tengo tiempo en la caja para práctica de bateo extra a las 7 a.m. Si llegas un segundo más tarde, no vas a batear”.
Jordan no faltó ni un día. Y nunca llegó tarde.
“Si todo el mundo fuese como MJ”, dice Hriniak, “el juego sería mejor”.
* * * * *
La devoción de Jordan se extendió a sus interacciones con compañeros, fanáticos y los medios.
Cuando el manager de los White Sox, Gene Lamont, se enteró de que el equipo tenía pensando dejar que Jordan hablase con la prensa sólo cada tres días aquella primavera, le pidió a Jordan que reconsiderara.
“Yo creo que (Jordan) estaba preocupado de que iba a quitarle protagonismo a los demás si hablaba más que eso”, cuenta Lamont. “Pero yo no pensaba que Frank (Thomas) o Robin (Ventura) o los demás jugadores necesitaban hablar sobre Michael los días en los que él no iba a atender a los medios. Y él lo entendió”.
Jordan también se mostró bien receptivo a la cantidad de autógrafos que la solicitaban, tanto compañeros de equipo como aficionados, a quienes podía pasar horas firmándoles artículos.
“Y no era porque la prensa estaba allí”, dice David Schaffer, que era director de operaciones de estadio de los White Sox. “Porque los medios ya se habían ido y él seguía allí firmando y firmando”.
Jordan les decía a sus compañeros que le dejaran cualquier cosa que querían que les firmara en la oficina de Schneider y que se ocuparía de eso al final del día. Cuando los muchachos le preguntaban sobre zapatos o indumentaria, Jordan llamaba a sus contactos en Nike, y en uno o dos días llegaba un paquete.
“Un muchacho de Venezuela le pidió que le firmara una pelota de baloncesto”, recuerda Schneider. “Le dijo a Michael, ‘Si firmas una pelota de béisbol, vale US$100. Si me firmas una de basket y me la llevo a mi país, puedo alimentar a mi familia por un mes”.
Naturalmente, Jordan se la firmó, de la misma manera en la que firmaba para todos esos fanáticos que se abalanzaban sobre su Corvette rojo cuando se detenía en una luz roja de Sarasota esa primavera o de Birmingham aquel verano.
Los Barones recibieron a más de 467,000 fanáticos en casa y jugaron en estadios repletos en la carretera toda la temporada, estableciendo récords de asistencias en el camino. El béisbol, de cierta manera, no le permitió a Jordan, que se había cansado del basket y todo lo que implicaba su figura, la oportunidad de hacerse inaccesible.
Pero aquellos largos viajes en autobús que son parte de la vida en la Southern League le dieron a Jordan el chance de bloquear por ratos el mundo exterior, y los aceptó con los brazos abiertos, así como sus compañeros aceptaron encantados el nuevo autobús que adquirió para el equipo.
Jordan tampoco se quejó de los cuartos de los sencillos hoteles de la cadena La Quinta en los que se hospedaban los Barons.
“Yo no sé cómo es ahora”, dice Francona con una sonrisa, “pero en aquella época no tenían suites”.
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Décadas después, cualquier análisis de los días de Jordan en el béisbol está incompleto. Sabemos que bateó .202, se ponchó 114 veces y cometió 11 errores aquel verano en Birmingham. También sabemos que se robó 30 bases y empujó 51 carreras. Después de esa temporada en Birminghan mostró señales prometedoras en la Liga Otoñal de Arizona, bateando .252 contra algunos de los mejores prospectos del béisbol.
Lo que estropea la historia, sin embargo, es el abrupto final. Jordan se reportó al campo de entrenamiento en 1995, pero estaba decidido a no cruzar la línea si la batalla sindical entre propietarios y jugadores no se decidía antes de que comenzaran los juegos de exhibición. Aunque algunos jugadores en la posición de Jordan han podido una oportunidad en la huelga, Jordan había sido representante de jugadores de los jugadores de los Bulls y apreciaba la integridad del sindicato. Así que cuando empezaron a llegar los jugadores de reemplazo, Jordan se fue de Sarasota a principios de marzo. Un par de semanas más tarde estaba jugando con los Bulls.
Nunca sabremos si la carrera de Jordan hubiese podido continuar mucho más de no ser por la huelga. Francona, por ejemplo, cree que para finales del verano con los Barones, Jordan ya tenía ganas de volver con su primer amor y ser nuevamente una superestrella.
Pero el béisbol, un juego que constantemente demanda paciencia y perseverancia, pareció haberle enseñado a Jordan algo elemental.
Phil Jackson, el coach de los Bulls diría años después que el Jordan que regresó en 1995 era diferente al que se había ido en 1993. Este Jordan era más generoso con su tiempo, más alentador con sus compañeros. Y el mismo Jordan también admitiría que ver a tipos que, en algunos casos, eran 10 años más jóvenes que persiguiendo el sueño de las Grandes Ligas en aquellos escenarios nada pretenciosos del béisbol de Doble-A le movió algo en el alma.
“Me di cuenta de que había perdido esa parte en medio de todo lo que me estaba pasando en el baloncesto” dijo una vez. “Estuve en un pedestal por tanto tiempo que me olvidé de los pasos que había tenido que dar para llegar allí. Eso fue lo que me hizo el béisbol de Ligas Menores”.
Y su paso por el béisbol ciertamente dejó impresiones imborrables en aquellos que estuvieron cerca suyo.
Huff recuerda con cariño aquellas sesiones de entrenamiento como una especie de precursor al trabajo que ha hecho como vicepresidente de operaciones de la Academia Bulls/Sox, una instalación dedicada al desarrollo de jóvenes atletas. La experiencia de Francona con la superestrella a esa temprana etapa de su carrera como manera fue un primer vistazo a lo que encontraría años después cuando asumió el mando de aquellos Medias Rojas llenos de distintas personalidades. Lamont admite que, para todas las distracciones que ha podido causar Jordan para aquellos White Sox que venían de ganar su división, disfrutó mucho con todo aquello. Y Schaffer considera a Jordan como una de las personas con más clase con la que le ha tocado lidiar en sus 30 años con los Patiblancos.
Y claro, está Rychel. Hace mucho tiempo olvidó sus sueños de ligamayoristas y encontró una carrera en la industria de los alimentos, donde actualmente es vicepresidente de operaciones de una cadena de comida rápida mexicana. Todavía desea haberle tirado aquella slider a Jordan.
En las semanas previas al 30 de julio de 1994, se había empezado a correr la voz de que Jordan estaba mejorando, pegándole más fuerte a la pelota, sacando provecho de los errores de los pitchers. Y aquella noche, Rychel cometió una bien costoso. Pero ahora se puede reír de aquel juego en el que Air Jordan le pegó un jonrón, y cuando mira hacia el pasado, el proceso de elección del lanzamiento no es de lo único que se arrepiente.
“Después de todo”, dice Rychel entre risas, “ni siquiera conseguí un autógrafo”.
Pero como tantos otros el béisbol cuyos caminos se cruzaron en el sendero de Michael Jordan en 1994, se quedó con un recuerdo inolvidable.