De Baní a Cleveland, J-Ram es un gigante entre los jóvenes más necesitados

El legado de Ramírez se centra en ofrecer oportunidades e inspiración a la próxima generación

19 de septiembre de 2023

CLEVELAND -- El niño perdido escuchaba mientras la superestrella hablaba.

Un día de verano en el 2022, el dominicano José Ramírez hablaba con los niños del programa local “Reviving Baseball in Inner Cities” sobre la importancia de la educación, la perseverancia y la concentración. Y mientras Ramírez contaba su historia de cómo creció en medio de la pobreza y se convirtió en una superestrella de las Grandes Ligas, algo hizo clic en un adolescente llamado Juan Figueroa.

“Escuchar cómo salió de la República Dominicana y todo por lo que pasó y todo en lo que él cree, y cómo puedes darle la vuelta a tu vida”, dijo Figueroa, “hizo que me enamorara de nuevo del juego”.

La gente conoce a Ramírez como el alma de los Guardianes de Cleveland. Un eterno All-Star, Bate de Plata y candidato al MVP que se esfuerza tanto que a menudo pierde su casco mientras corre, que lleva una cadena de oro con una foto suya sosteniendo una cadena de oro, que se defendió a sí mismo y a sus compañeros más jóvenes en un altercado con el campocorto de los Medias Blancas, Tim Anderson.

Photos courtesy of Lexie Teas

Pero para niños como Figueroa  – en los sectores más pobres de la ciudad adoptiva de Ramírez y también en su ciudad natal – Ramírez es algo más.

Para estos niños que crecen en circunstancias adversas – niños para los que el béisbol no es una mera diversión sino, más bien, una fuerza motriz hacia una vida mejor – este tercera base de 5 pies y 9 pulgadas (1,70 metros) y 190 libras (90 kilos) es un gigante.

“Vienen de entornos en los que necesitan cualquier modelo de conducta que puedan conseguir”, dijo Megan Ganser, gerente de compromiso con los jugadores de los Guardianes. “José utiliza el béisbol como un medio para mantener a los niños motivados para sacar buenas notas, tener amigos y disponer de un espacio seguro al que acudir después de la escuela y seguir participando en una vida social sana”.

Contra todo pronóstico, Ramírez se ha consolidado como uno de los jugadores de mayor impacto en el diamante a nivel de MLB. Sin embargo, el nominado de los Guardianes al Premio Roberto Clemente 2023 está causando un impacto aún mayor fuera de las rayas de cal. No sólo es esa rara estrella que eligió quedarse en un mercado pequeño, sino que ha invertido lo suficiente de sí mismo y de su salario para asegurar un legado en ese mercado, que va mucho más allá de los varios récords de la franquicia de Cleveland a los que ha comenzado a acercarse.

“El béisbol”, dijo, “es una forma disciplinada de [aprender] a respetarnos unos a otros”.

Esta es la historia de cómo Ramírez aprendió y se ganó ese respeto. Y de cómo se lo devuelve a los demás.

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Al otro lado del Río Baní, en Baní, la capital de la provincia de Peravia (República Dominicana), se encontraba una plaza de tierra, llena de piedras y maleza, muy cerca de la humilde casa de José Ramírez. El joven Ramírez cruzaba esa brecha física para jugar al deporte que un día le llevaría más allá de las divisiones metafóricas.

Debido a su baja estatura, la única esperanza de Ramírez para atraer la atención de los scouts latinoamericanos era jugar por encima de sus posibilidades y ser el mejor jugador del terreno.

Pero hacerlo no era tarea fácil, dadas las limitaciones económicas con las que Ramírez creció.

“Fue difícil para mi padre”, dijo Ramírez. “No tenía mucho trabajo, no teníamos mucho dinero. Tenía que jugar con un guante demasiado apretado”.

En sus años de formación, Ramírez y los demás niños del barrio jugaban “Vitilla”, utilizando tapas de jarras de agua o refrescos como pelotas de béisbol y palos de escoba como bates. Cuando pasó al béisbol propiamente dicho, Ramírez era bajito, flaco y – con frecuencia – el jugador más joven de su liga. Aprendió a superar los obstáculos derivados de su estatura y a sorprender a quienes no creían en él.

Photos courtesy of Lexie Teas

A medida que crecía, Ramírez aprendió a jugar bajo presión. No sólo la presión de ser el jugador más pequeño del terreno, sino la de utilizar el béisbol para mantener a su familia. Ha contado la historia de cómo, a los 13 años, jugó en una liga de adultos plagada de apuestas. Detrás del home plate había un machete amenazador como advertencia a los que no cumplían.

Eso sí que es presión.

Fue por aquel entonces cuando Miguel Tejada, estelar campocorto de Grandes Ligas y también oriundo de Baní, organizó una clínica en un estadio local en la que distribuyó comida y material a niños necesitados. Ramírez aún recuerda cómo se apresuró a ponerse en la fila.

“Mira lo viejo que estoy”, dijo Ramírez, que cumplió 31 años el domingo, “pero yo nunca he olvidado eso”.

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Los bates, pelotas y guantes proporcionados por Tejada eran un salvavidas para un niño como Ramírez, porque el béisbol era su forma de salir de la pobreza.

Su único camino.

Pero cuando Ramírez cumplió 17 años, parecía que su oportunidad de ganar dinero jugando pelota había pasado de largo. Los mejores jugadores dominicanos firman a los 16 años. En los eventos de exhibición en los que los ojeadores observaban a estos muchachos, Ramírez no era más que un nombre más, un suplente cuando otro no podía jugar. Ningún equipo de Grandes Ligas se interesó en él.

Entonces, un día del año 2009, en una de esas exhibiciones, Ramírez jugó en la segunda base mientras el director de cazatalentos de Cleveland, John Mirabelli, y el scout Ramón Peña estaban viendo desde la tribuna. Ramírez bateó tres hits ese día. Luego, tres hits más al día siguiente. Y cinco hits en un doble juego al otro día.

Peña le imploró a Mirabelli que contratara a Ramírez. Y así lo hizo.

Por US$50,000.

Esa inversión relativamente exigua no le hizo ningún favor a Ramírez cuando empezó su travesía en el béisbol profesional.

“No es el tipo de muchacho que llegó con un montón de elogios”, dijo el presidente de los Guardians, Chris Antonetti. “No se le concedieron una tonelada de oportunidades adicionales debido a una inversión”.

Como siempre había sido el caso de Ramírez, tuvo que ganarse todos y cada uno de sus turnos. En la Liga Dominicana de Verano. En la Liga de Novatos de Arizona. En la New York-Penn League. En la Midwest League. Y en cada escalón de la organización.

“Nunca se le consideró uno de los mejores prospectos de las ligas menores”, continuó Antonetti. “Pero nunca se dejó atrapar por nada de eso. Solo estaba enfocado en ser un buen jugador de béisbol”.

Ramírez llegó a las Grandes Ligas en el 2013, a los 20 años. Eso por sí solo fue un logro increíble para un jugador con sus antecedentes. Algunos en el clubhouse de Cleveland voltearon los ojos al ver a este chico caminando y pavoneándose en su primer día en las Mayores.

Luego lo vieron trabajar, observaron su enfoque y escucharon su historia.

Con el tiempo, todo el mundo se dio cuenta de que no se trataba de un utility temporal feliz por haber subido una vez a la Gran Carpa. Se trataba de un verdadero jugador Grandes Ligas, un jugador de todos los días.

Ramírez resultó ser una pieza vital del equipo de Cleveland que ganó el banderín de la Liga Americana en el 2016. Luego explotó a otra estratosfera con 85 hits extrabases, incluyendo 56 dobles (líder de ambos circuitos) en el 2017. En las últimas siete temporadas, los únicos jugadores que han acumulado un fWAR mayor que Ramírez (39) son Mookie Betts (43.6) y Aaron Judge (40.6).

Que Betts firmara un contrato de 12 años y US$365 millones de dólares con los Dodgers en el 2020 y Judge pactara por nueve años y US$360 millones con los Yankees el pasado invierno da una idea de lo que podría valer un jugador como Ramírez en el mercado libre. Es por eso que muchos se sorprendieron cuando Ramírez, a dos temporadas de la agencia libre, acordó el año pasado una extensión de siete años y US$141 millones para permanecer con los Guardianes.

Dejó mucho dinero sobre la mesa para quedarse en su hogar adoptivo.

“Soy como cualquiera en Cleveland”, dijo. “Tengo a mi familia aquí y pienso retirarme aquí. Me quedaré aquí toda la vida con mi familia, porque mis dos hijos nacieron aquí. Yo también lo veo como mi hogar”.

Lo que hemos aprendido, sin embargo, en el tiempo transcurrido desde aquella firma, es lo en serio que se toma Ramírez lo de hacer de su casa -de sus dos casas- un lugar mejor.

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La noche del 8 de junio, en un jubiloso clubhouse de Cleveland, un empleado de los Guardianes le pidió a Ramírez su gorra.

La gorra estaba vinculada a una de las mejores actuaciones de la gran carrera de Ramírez. Esa noche, había bateado un jonrón solitario en la primera entrada, un bambinazo de dos carreras en la tercera y otro cuadrangular solitario en la sexta para impulsar a su club a una victoria de 10-3 sobre los Medias Rojas. Fue su primer juego con tres jonrones, y el departamento de Impacto Comunitario de los Guardianes quiso aprovecharlo subastando su gorra de aquella noche con fines benéficos.

Ramírez, normalmente dispuesto a ayudar en tales circunstancias, se quitó la gorra de la cabeza, la miró pensativo y luego explicó que no podía desprenderse de ella.

“Te la daría”, explicó, “pero escribí el nombre de mi abuela en el borde”.

Su abuela era Santa Ramírez. Había fallecido hacía menos de un mes. Su muerte fue desgarradora para Ramírez, que considera a su abuela la base de su vida. La que le crió y la que le enseñó a compartir sus riquezas.

“Ella me enseñó los valores de ayudar a la comunidad", dijo. "Eso vino de ella".

La influencia de Santa puede sentirse en Baní, en ese terreno humilde donde Ramírez dio sus primeros pasos.

Se llama “El Play de Villa Majega” y, en colaboración con los Guardianes, Ramírez lo está reformando para convertirlo en un espacio seguro donde los niños de su pueblo puedan competir y escapar de las amenazas y tentaciones que acechan en las calles.

Se está levantando un muro en el outfield para evitar que la basura entre en el terreno de juego. Se están instalando bases y una goma de lanzar adecuada para sustituir a los tubos de plomo y los neumáticos que antes se utilizaban en su lugar.

Habiendo vivido esa lucha por hacerse valer y poder ser visto cuando se aprende el juego en un diamante de béisbol destartalado, Ramírez quiere mejores condiciones para “El Play de Villa Majega”.

Photos courtesy of Lexie Teas

“La realidad”, dice, “es que esos niños de la República Dominicana no tienen alternativa. Por eso creo que es muy importante ayudar”.

Cuando el personal de los Guardianes visitó el terreno con un equipo de cámaras de Bally Sports en enero, se encontraron con un grupo de niños jugando cerca. Entre ellos, había una niña que montaba una scooter.

“Preguntaron por el equipo de cámaras y les expliqué que estábamos allí por José Ramírez”, escribió Anna Bolton, subdirectora de desarrollo de jugadores de los Guardianes, en un correo electrónico. “A todos los niños se les iluminó la cara, y una niña dijo: ‘¡Él me dio esta scooter!”.

Ramírez acababa de organizar un acto comunitario con motivo del Día de Reyes. Los niños le contaron a Bolton todos los regalos que Ramírez les había traído. Resulta que el nieto de una mujer llamada Santa había actuado como un Santa diferente, apareciendo con un camión lleno de juguetes que repartió regalos a los niños que vivían en la más absoluta pobreza.

“Es una celebridad en su comunidad”, escribió Bolton, “y ha asumido un rol modelo con dignidad y sensatez”.

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Ramírez también ha hecho eso en su ciudad adoptiva.

Los Guardianes financian todos los programas de béisbol y softball de la ciudad de Cleveland, incluidas las ligas recreativas, el programa Nike RBI y el Cleveland Metro School District. Como parte de esa iniciativa, son el único equipo de MLB que recluta a sus jugadores como embajadores del béisbol y el sófbol: firman autógrafos, graban mensajes de vídeo, sorprenden a los niños en los entrenamientos y partidos, etc.

Naturalmente, Ramírez es uno de esos embajadores. Pero cuando firmó su extensión con el club el año pasado, Ramírez dejó claro que quería llevar su papel de embajador a otro nivel.

El resultado fue la reciente inauguración del terreno José Ramírez. El proyecto de US$2.7 millones, financiado por Ramírez y Cleveland Guardians Charities, es un campo de césped artificial que ahora sirve de sede al programa RBI y al equipo de béisbol del instituto Lincoln-West.

Está situado en el barrio de Clark-Fulton, el mayor barrio hispano de Ohio, y podría convertirse en el legado más importante de Ramírez.

“Estoy muy orgulloso de él”, dijo el manager de los Guardianes, Terry Francona. “Amo a este chico, pero esto podría haber sido lo más orgulloso que he estado de él. Ha puesto su dinero donde está su boca”.

Con la participación de Ramírez, los Guardianes han ampliado el programa Fun At Bat de MLB, que enseña un plan de estudios de béisbol a estudiantes desde preescolar hasta quinto grado. Pasaron de sólo 50 estudiantes registrados en el Distrito Escolar Metropolitano de Cleveland hace un año a más de 3,000 ahora. 

“José nos permite llevarlo a todas las escuelas, porque ahora tenemos un plan de estudios tanto en inglés como en español”, afirma Raphael Collins, subdirector de iniciativas de impacto comunitario y diversidad de los Guardianes. “El hecho de que José lo haya apoyado ha hecho que esto haya explotado”.

Y como sus palabras tienen tanto peso en el clubhouse de Cleveland, Ramírez influye en sus compañeros de equipo para que también se involucren. En un reciente “meeting” del club, Ramírez imploró a los jugadores más jóvenes del los Guardianes que colaboraran con el programa RBI.

Al día siguiente, los novatos Bo Naylor y Xzavion Curry se presentaron en un entrenamiento de sóftbol de RBI.

“Una de las grandes cosas que estaba diciendo”, dijo Naylor de Ramírez, “era lo importante que es que usemos nuestra posición para hacer el bien, para devolverle a la gente y para asegurarnos de que este juego está continuamente creciendo y siendo compartido con todos los grupos”.

Y si quieren un ejemplo del impacto que pueden tener esas visitas, ahí tienen la historia de Juan Figueroa.

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El béisbol fue el primer amor de Figueroa, desde su más tierna infancia en su Puerto Rico natal hasta sus años de preparatoria, cuando su familia se había establecido en la zona sur de Cleveland. Desde muy joven se unió al programa RBI de la ciudad.

Pero aunque Figueroa tenía el talento para jugar, no tenía las calificaciones. Tras su segundo año, su nota media era de sólo 1.2 puntos. Estaba en espiral.

"Mi ADHD (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, por sus siglas en inglés) hace que sea más difícil concentrarse en la escuela”, explicó Figueroa. “Puse toda mi pasión en el béisbol. Cuando empecé a sentir que las cosas no funcionaban, no sabía qué hacer”.

Luego, en un evento de RBI en el verano de 2022, Figueroa escuchó a Ramírez hablar sobre Baní, sobre “El Play de Villa Majega”, sobre la dedicación que necesitó para salir de la pobreza jugando béisbol.

Y escuchó el mensaje central de Ramírez.

“Cada vez que ponemos a José delante de los niños”, dijo Collins, “su mensaje trata de la educación. No es superficial. Comprende que la educación puede cambiar la vida de las personas. Le gustaría haber tenido algunas de las oportunidades que ofrecemos. Ahora que tiene sus propios hijos, su propia familia, comprende que el béisbol es una herramienta para que los niños permanezcan más tiempo en la escuela”.

Aunque Figueroa ha tenido coaches y profesores que se han interesado por él y le han dado un apoyo impagable, ese mensaje de una figura de las Grandes Ligas ayudó a encajar todas las piezas. Desde ese día, su concentración mejoró, al igual que sus notas. En su penúltimo año obtuvo un promedio de 3.0 y fue nombrado Jugador del Año de béisbol de la “Senate Athletic League”.

Ahora, en su último año en la preparatoria James F. Rhodes y a punto de cumplir 18 años, Figueroa espera que sus mejores notas y su talento para el béisbol le permitan obtener una beca universitaria y la oportunidad de mejorar su vida.

“El béisbol es mi vía de escape de todo”, afirma. “Cuando vives donde yo vivo, hay problemas por todas partes. Te puedes meter en un lío en dos segundos. Yo confío en el béisbol. Me esfuerzo y trato de superarme. Dejo mi dolor y cualquier cosa por la que esté pasando en el terreno y dejo que mi juego hable por mí”.

No es difícil encontrar ecos de la historia de Ramírez en las palabras de Figueroa. El béisbol como escape de los problemas. El béisbol como fuerza motivadora. El béisbol como forma de expresión personal.

Un niño como Figueroa se ve a sí mismo en Ramírez, y Ramírez se ve a sí mismo en niños como Figueroa.

Por eso las palabras de Ramírez conectan y por eso Figueroa las recuerda.

“No quites los ojos del premio”, dijo Figueroa. “El mundo entero podría estar derrumbándose, pero, si estás concentrado, nada va a tumbarte”.