Clase-A, Cleveland ... ¿Cooperstown? El recorrido de Lindor y Ramírez

Las sesiones con el fungo antes del juego comenzaban con jugadas rutinarias para los jugadores del infield de Lake County, permitiéndoles encontrar su ritmo mientras recogían los rodados del bate del mánager Dave Wallace. Pero una vez que establecían ese ritmo, Wallace aceleraba el paso y comenzaba a desafiar a los muchachos de los Captains con batazos fuertes hacia su derecha y su izquierda.

Era un juego de eliminación. Si dejabas escapar una pelota, estabas fuera. Si hacías la jugada, seguías vivo.

Inevitablemente, en ese verano del 2012 en Clase A, Francisco Lindor y José Ramírez eran los últimos en pie.

“Y lo siguiente que pasaba”, recuerda Wallace, “es que todo el equipo estaba en el terreno mirándolos”.

El puertorriqueño Lindor y el dominicano Ramírez motivaban a Wallace, pidiéndole que le pegara más fuerte a la bola y que pusiera a prueba su talento con rollings por el medio y hacia los lados. Y con cada jugada magnífica y cada tiro preciso, los dos compañeros elevaban las apuestas el uno para el otro.

“Cada uno utilizaba al otro para impulsar su ética de trabajo, su deseo de ser mejor”, siguió Wallace. “Cada uno quería ser el mejor jugador en el terreno”.

Y funcionó.

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Estos dos infielders ambidiestros surgieron en el sistema de Cleveland, superaron los umbrales de novatos en las Grandes Ligas con un año de diferencia (Ramírez en el 2014, Lindor en el 2015), llevaron a Cleveland a ganar un campeonato de la Liga Americana en el 2016 y – simultáneamente – comenzaron a disfrutar de selecciones al Juego de Estrellas, premios Bate de Plata y votos en la elección del Jugador Más Valioso.

“Fue una buena sociedad ahí en el infield”, recordó Ramírez, “porque entendíamos que queríamos lo mismo. Queríamos ganar”.

Añadió Lindor: “Competíamos el uno contra el otro de una buena manera. Era como, ‘Vamos a lograr esto’”.

Han logrado mucho.

Y ahora, ambos se están acercando discretamente a tener sólidos casos para terminar algún día en Cooperstown.

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Al celebrar el Mes de la Herencia Hispana, es notable que el Salón de la Fama todavía tiene relativamente pocos jugadores latinos. Pero este año, con otra par de temporadas estelares, Ramírez, tercera base de los Guardianes, y Lindor, el campocorto de los Mets, parecen estar encaminados para una eventual selección.

Sus números de por vida cuentan la historia de su simultáneo camino al estrellato (estadísticas hasta el 18 de septiembre):

Lindor, quien está en su temporada de 30 años y fue cambiado a los Mets antes de la campaña del 2021, ha sido seleccionado a cuatro Juegos de Estrellas, ha ganado tres Bates de Plata, dos Guantes de Oro y un Guante de Platino. Ramírez, en su temporada de 31 años (cumplió 32 este mes) y con toda su carrera en Cleveland, ha sido seleccionado seis veces al Juego de Estrellas y ha ganado cuatro Bates de Plata.

Para poner sus marcas de WAR en contexto, el bWAR vitalicio promedio para un campocorto del Salón de la Fama es 67.7, mientras que el promedio para un tercera base es 69.4.

Así que, aunque ninguno de los dos ha ganado un JMV, ambos tienen una oportunidad de ser seleccionados al Salón de la Fama si logran mantenerse saludables y productivos en sus años 30.

“Lo más genial”, añadió Terry Francona, quien los dirigió cuando llegaron a Cleveland, “es que no creo que hayan cambiado ni una pizca. Tal vez tengan autos más caros, pero cuando comienza el juego son jugadores de béisbol. Algunos se convierten en personajes del mundo del espectáculo. Al diablo con eso. Somos jugadores de pelota. Y si juegas al béisbol de la manera correcta, es entretenido. Ellos lo hacen”.

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Lindor y Ramírez fueron bendecidos con velocidad, alcance y manos rápidas. Pero verlos jugar por cualquier periodo de tiempo te deja asombrado por sus instintos, cómo se colocan en posición para hacer jugadas antes de que sucedan, cómo saben cuándo ser agresivos en las bases y cómo exudan tanto alegría como confianza.

“La forma en que juegan”, apuntó Wallace, “es muy fundamental y muy enfocada, y eso no es fácil de hacer”.

Aunque han compartido mucho y se han desempeñado de manera muy similar, Lindor y Ramírez tomaron caminos muy diferentes para llegar a este punto.

La familia de Lindor se mudó al área de Orlando, Florida, cuando él tenía 12 años para que pudiera tener mejores oportunidades que las que había en su Puerto Rico natal. Asistió a Montverde Academy, una prestigiosa escuela secundaria privada, donde atrajo la atención de los cazatalentos, y fue seleccionado por Cleveland con la octava elección global en el Draft de MLB del 2011. Recibió un bono de US$2.9 millones por su firma y ya era un nombre bien conocido cuando comenzó la campaña del 2012 en Lake County a los 18 años.

“Llegó con todas las etiquetas”, recordó Wallace. “Era jugador de primera ronda, el chico dorado. Y lo que viste, desde el principio, fue que generalmente era el jugador más joven en el terreno, pero también el mejor pelotero en el terreno. Y cuando digo el mejor jugador, no solo me refiero al más talentoso, sino al mejor. Corría duro, estaba concentrado en cada lanzamiento, tenía todos esos intangibles. Y como es bilingüe, hizo un gran trabajo conectando al equipo. Tenía habilidades de liderazgo”.

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Los Captains tuvieron problemas en la primera mitad de esa campaña. Tenían un récord de 31-38 para la pausa. Pero en el equipo de novatos de temporada corta de Cleveland en Mahoning Valley, había un jugador bajo y fornido de 19 años que firmó por solo US$50,000 como agente libre amateur en su natal República Dominicana en noviembre del 2009 y que ahora estaba llamando la atención inesperadamente con su bate.

Ramírez no fue promocionado como un prospecto de alto nivel. Tuvo que ganarse sus turnos al bate en el béisbol profesional. Pero esto no era nada nuevo para él. Creció en medio de la pobreza, jugando con un guante que le quedaba demasiado ajustado en la mano, en un terreno de tierra lleno de piedras y maleza. Y jugaba para apoyar a su familia. Firmó a los 17 años, lo cual es tarde para un amateur latinoamericano, después de impresionar a un scout de Cleveland en un evento de exhibición donde había servido como sustituto de un jugador que no había ido ese día.

Así que, mientras Lindor era una estrella alfa, Ramírez era un desconocido. Pero Ramírez se manejaba -- entonces y ahora -- con mucha confianza y empezó a captar la atención en

el terreno. Cleveland quedó tan impresionado con los cuatro hits en 11 turnos que dio Ramírez con los Scrappers que la organización lo ascendió a Lake County después de apenas tres juegos.

El mánager de Mahoning Valley, Ted Kubiak, llamó a Wallace para darle un informe sobre su nuevo jugador.

“Wally”, dijo Kubiak, “te estoy enviando el campeonato”.

Tenía razón.

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Con Lindor y Ramírez formando una formidable dupla en la parte alta de la alineación, los Capitanes lograron récord de 40-30 y ganaron el título divisional de la segunda mitad en el 2012.

A partir de ahí, Ramírez tuvo un ascenso rápido, saltándose Triple-A para debutar en las Mayores en septiembre del 2013. En su primer juego, salió corredor emergente. Durante los dos años siguientes, pasó tiempo entre Grandes Ligas y las menores. Inicialmente fue considerado como utility y bateó con poco éxito, dando pocas pistas sobre el rendimiento de calibre estelar que llevaba dentro.

Mientras tanto, Lindor tuvo un ascenso metódico, un nivel a la vez. Y cuando fue llamado a las Grandes Ligas en junio del 2015, se quedó para siempre: Se convirtió en un titular instantáneo y en un jugador de mucho impacto. Terminó en el segundo lugar en la votación para el Novato del Año de la Liga Americana, detrás del también campocorto y puertorriqueño Carlos Correa.

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Pero en el 2016, quedó claro que ambos jugadores eran dignos de un papel estelar. Mientras Lindor consiguió su primera convocatoria para el Juego de Estrellas, Ramírez ocupó el lugar del lesionado Michael Brantley en el jardín izquierdo y convirtió la oportunidad en una vitrina. Ese año jugó en cuatro posiciones diferentes (jardín izquierdo, antesala, intermedia y campo corto) y se desempeñó bien en todas ellas, bateando al mismo tiempo para promedios de .312/.363/.462.

En esa campaña, Lindor terminó noveno lugar en la votación del JMV de la Liga Americana, y Ramírez en el 17mo.

“A medida que empezaban a consolidarse, todos querían hablar de ‘Frankie’ -- y lo entiendo, porque tenía la personalidad, la sonrisa, el talento”, dijo Francona. “Pero les decía a la gente: ‘No se olviden de ese chico al lado de él.’ Estaba convirtiéndose en un gran jugador de manera silenciosa”.

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Desde el 2016 hasta el 2020, Lindor y Ramírez conformaron una de las mejores duplas de compañeros en las Grandes Ligas. En ese período, ambos estuvieron entre los 10 mejores jugadores en extrabases: Ramírez en el cuarto lugar con 325, y Lindor en el octavo con 306.

“Nosotros íbamos como ellos iban”, dijo Francona.

Fuera del terreno, los dos nunca mostraron la química de mejores amigos. Pero tampoco se la llevaban mal. Eran simplemente dos jugadores seguros de sus habilidades y enfocados en ganar juegos de béisbol.

“Creo que era más una competencia amistosa”, expresó Ramírez. “Nunca fue algo negativo, como ‘quiero ser mejor que tú.’ Sólo era mostrar que, ‘puedo hacerlo como tú o mejor.’ Eso nos hizo mejores como equipo”.

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Lamentablemente, la poderosa pareja terminó cuando Cleveland, incapaz de llegar a un acuerdo de extensión con Lindor, lo cambió a los Mets en enero del 2021. Poco después, Lindor estableció un nuevo estándar para los campocortos con una extensión de 10 años y US$341 millones con Nueva York. Un año después, Ramírez firmó un acuerdo de siete años y US$141 millones, para mantenerse en Cleveland hasta el 2028.

“Teníamos mentalidades diferentes en cuanto a dónde queríamos estar”, señaló Ramírez. “Pero no hace diferencia, porque [Lindor] es un gran trabajador, así que, donde sea que

estuviera, iba a ser un buen jugador”.

Aunque Lindor fue esencialmente un bate promedio en su primera temporada con los Mets, estuvo entre los 10 mejores en la votación del JMV en el 2022 y 2023, y este año ha desafiado a Shohei Ohtani por ese mismo premio, registrando un OPS+ de 136, el mejor de su carrera, e impulsando a los Mets a la contienda con su rendimiento como primer bate.

“No me sorprende ver lo que está haciendo”, comentó Ramírez sobre Lindor. “Estaba destinado a ser ese tipo de jugador”.

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Mientras tanto, Ramírez ha tomado el protagonismo en solitario tras la salida de Lindor y ha seguido siendo uno de los productores de carreras más confiables en el béisbol. Su OPS+ de 137 en las últimas cuatro campañas es incluso mejor que lo que Lindor ha registrado en este año.

“Estoy orgulloso de la persona en la que se ha convertido”, dijo Lindor sobre Ramírez. “Viene de muy poco y pasa de ni siquiera ser mencionado a convertirse en la cara de la franquicia: Alguien que, al final de su carrera, tendrá una estatua en Cleveland y su número nunca será usado de nuevo”.

Desde que competían en los ejercicios previos a los juegos en Lake County hasta el presente, donde están llevando a sus equipos a octubre, Ramírez y Lindor han recorrido caminos diferentes pero paralelos.

Esos caminos podrían algún día converger en Cooperstown.

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